CUANDO SE TIENE EL GEN «SER MÁS DE HACER» .​

Me ha encantado hoy levantarme, mirar novedades y conocer este proyecto que comparto: Ternúa. Ropa de montaña sostenible con cuyos beneficios apadrinan ballenas para su protección. Luego, en un repente, escuchando a este vasco echaó palante afirmar que su genética le conduce a hacer más que a decir, me empezó a inquietar, y a la vez me hizo sonreír, la parte en que comenta: «se consumirá más y tendremos más materiales reciclados para hacer cosas”. O algo así.

Entiendo que su voluntad al decirlo no es la de fomentar el consumo para continuar con su cometido. En absoluto. La actividad de su proyecto y la calidad de lo conseguido lo demuestra. Bravo por ello a esta empresa.

Digamos que su «ser más de hacer» me conectó con mi propio gen vasco. Pero al oír esa sentencia, mi gen gitano se ha puesto a dar el cante junto. Junto al gen vasco. Lo de gitano va a mucha honra, ojo. Ojo sin mal de, ni maldad. Es como llamo yo a ese otro gen de «ser más de reciclar». Sabiendo que hace equipo con el «ser más de hacer», me asalta esa súbita inquietud. Hoy he temido que lleguemos por error a un futuro invertido al presente en su objetivo. Una sociedad que se dedicase a fabricar mucho, solamente para poder reciclar mucho. Aquí es cuando sonrío. Y decido complementar mi visión con este texto.

De origen ignoto, pero mú jondo, ese otro gen flamenco lleva a sensibilizarse siempre con el alma de lo deshecho. No siempre son necesarias habilidades para la lírica, el cante y la guitarra: el gen gitano, o flamenco también se manifiesta de manera literal. En lugar de cantarle por soleares a un alma rota, cantas en solitario con el alma de un deshecho. De una cosa. Conectas con el alma de las cosas. Tal cual. Los objetos ya perdidos, las naturalezas rotas, los envases vacíos y las maravillas así, vaya.

Por eso me he decidido a compartir toda esta reflexión filosófica de andar por casa. Ya que en casa, y especialmente en pandemia, es donde se da uno más cuenta hasta donde puede llegar con lo mucho que tiene entre cuatro paredes. Cuanto hay por inventar y por expresar, simplemente observando y usando todo el material que deshecha al hacer compras. Más aún con compras online, que las envuelve el diablo.

Para los de esta naturaleza, la gestión casera de esos residuos de andar por casa, o por la calle, ha sido siempre una actividad que nos pone flamenquitos. Y es difícil pararnos. ¿Me inquieto? ¿Sonrío? Somos quienes nos gusta más consumir inventiva que consumir lo inventado. Quienes si queremos hacer spinning con una bici estática, nos hacemos la bici con upcycling, que encima ambas jergas riman y, ya de paso, nos acercarmos a la poesying… Yang! No soportamos ver una malla de cebollas vacía abandonada en una acera sin adoptarla, apachurrarla y colocárnosla de flor en la solapa. Le damos con ello justicia kármika. Lógicamente, ya de paso le ponemos un mote, claro. Tenemos ambos genes quienes nos divertimos más haciendo arte y artesanías con un buen tapón de plástico que con oro del Perú. Que tampoco es ya siglo para extractivistas.

Mezclando con esto la necesidad de expresión individual con la necesidad de expresión empresarial y colectiva, justifico más allá mis temores sobre que sí, que tutti avanti, pero que seguimos sin saber parar, compartiendoos una experiencia propia concreta. Me he pasado un año y medio creando arte de pandemia en las cuatro paredes de mi casa, con los deshechos que guardé del confinamiento, y con el objetivo de inventarme nuevas técnicas y visualizaciones como si me hubiera ido la vida en ello.

Vale que el proyecto me ha quedado espectacular, me susurra cada día mi querido mentor y abuelo Paco desde el más allá. Ya lo veréis a su tiempo. El problema ha sido que cuando se me han terminado las «almas», las materias primas, los deshechos, los envases vacíos y he dado por cerrado el proyecto, me he sentido con ganas de romper almas que alimenten mi ambición. De reciclar a lo épico y haciendo trampa. Yo me he visto esta semana mismo con ganas de comprar y consumir bricks de leche de soja, cuyo sabor no me gusta, para conseguir con ello más tapones de color naranjita con los que jugar en mis composiciones.

Por eso me imagino con facilidad a toda una sociedad deseando emprender y fabricar con deshechos y me entra la risa floja. Si esto de ser muy de hacer y muy de reciclar nos pasa a tanta gente ¿Serán estos genes tan raros contagiosos como los virus? ¿Nos estamos cuidando de esta propensión?

En ese punto amigos, es donde se me abren las carnes al escuchar como un insight de emprendeduría que como vamos a consumir más pues se reciclará más. Insisto que sé que en este discurso cuyo vídeo comparto no hay una intención de fomento de consumo. Me preocupa que la sentencia describa un hecho real y una tendencia que en el ámbito empresarial se da por hecho.

Molaría acelerar solo aquellos actos que nos ayuden a dar por deshecho mismo a esta sentencia del más a más. Sabemos ya todos que no nos hace realmente falta consumir mucho para ser felices inventando o emprendiendo, cuando el foco está en arreglar el alma rota de este paraíso que habitamos sin valorarlo.

Ternúa lo está demostrando. Sería bonito que cada uno nos comprometamos a ser más de hacer inventos que nos ayuden. Toquemos una palmas para este señor y su proyecto.

Y vaya mi más sentido “olé” para esas ballenas bellas.



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